El informe de la OMS (Guatemala 2001) define la sexualidad como el “resultado de la interacción de factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos, religiosos y espirituales”.
Esta diversidad de condicionantes, otorga a la sexualidad de cada persona un claro carácter personal y único que se manifiesta en lo que somos, sentimos, pensamos y hacemos.
La dimensión sexual de las personas es parte fundamental de nuestras vidas y de ella depende en alto grado, nuestro bienestar y felicidad.
La sexualidad no se limita a la genitalidad sino que hablamos de algo mucho más integral, más amplio y más completo que acompaña a toda persona a lo largo de su vida. Desde el primer momento de nuestra existencia somos y vivimos como seres sexuados. Hablamos sobre todo de afectos, de relaciones, de autoestima, de imagen corporal, deseos, roles, identidad,… Todo esto tiene mucho que ver con nuestro desarrollo evolutivo y cuando somos personas adultas influye en la capacidad que tenemos para resolver conflictos, para establecer relaciones, para transmitir y recibir afectos,…
Sin embargo, hace tiempo, pactamos de forma “no oficial”, bien por prudencia, por incomodidad o por el desasosiego que provoca ponernos” frente al espejo”, que acerca de la sexualidad, es mejor hablar lo justo. Con ello le desposeemos del carácter natural que debiera tener.
La expresión, desarrollo y disfrute de nuestra sexualidad, la entendemos como un derecho, que como otros, dista de cumplirse para todos y todas, precisamente por la interacción de los propios factores de los que habla su definición.
Con el discurrir de las generaciones, el diálogo intrafamiliar se va haciendo poco a poco más fluido, y en ámbitos educativos, se van dando pasos. Sin embargo, en muchas ocasiones este diálogo se centra demasiado en los aspectos negativos de la sexualidad (ETS, embarazos no deseados, acoso, abuso, discriminación,…) Seguimos relacionándonos con la sexualidad de soslayo; como si cuando nos acercáramos a observarnos y observar a los demás desde esta perspectiva, nos pudiéramos quemar de forma irreversible.
En intervención social, somos muy eficaces acompañando a las personas más vulnerables en las distintas situaciones que les acontecen en relación a su salud, recursos, de reivindicación de sus derechos menoscabados, desarraigo familiar-social,… Acompañamos, de forma tenaz, hacia una mejora en la calidad de vida de la persona usuaria. Pero ¿dónde queda la dimensión de la sexualidad?
¿Cómo actuamos las personas profesionales cuando las personas usuarias nos plantean situaciones que atañen a su sexualidad?
Como sucede en nuestro entorno más cercano, nos cuesta vernos capacitados para asesorar sobre este apartado, y de forma casi inconsciente, relegamos estas situaciones, a veces obviándolas y restándoles importancia, en favor de otros hechos que valoramos más urgentes y transcendentes en el momento que intervenimos con la persona usuaria. Además, nos vemos más licitados para actuar, ya que nos avala la experiencia.
Somos muy capaces de generar la confianza necesaria en las personas para que nos permitan acompañarles en un momento de sus vidas. Somos referencia de responsabilidad y sentido común. Pero cuando se nos presentan problemáticas, desde la perspectiva de la sexualidad, encontramos y a veces permitimos, que se eleve un muro de incomodidad mutua que dificulta la plena intervención.
Dos son las razones que pueden ser causantes de esta situación.
La primera, sería el Contexto Sociocultural en el que vivimos. Es cierto, que el clima en cuanto a la sexualidad, no es igual que hace cuarenta, veinte e incluso diez años. Sin embargo, estamos aún lejos, de entender este elemento primordial en el desarrollo, como lo natural que debiera ser. Se explican por ello, situaciones de discriminación que no por graves dejan de ser frecuentes. En muchas ocasiones nuestras tendencias marcan nuestra infancia lo cual es, a veces, causa de problemas en la edad adulta.
Debemos seguir dando pasos en este sentido y como expertos y expertas en Intervención Educativa tenemos que asumir nuestro papel relevante en esta lenta transformación.
La segunda razón es la precaria formación. En este campo, la mayoría sabemos lo que nos contaron, lo que vivimos y aquello de lo que nos hemos ido informando. La experiencia nos devuelve que no es suficiente. Tradicionalmente en Intervención social hemos asociado sexualidad a problema: Enfermedades de Transmisión Sexual, métodos anticonceptivos, falta de deseo sexual, situaciones de abuso,…
Pero hemos ido dejando a un lado que las personas que acuden a nuestros recursos también sienten atracción, deseos, inician relaciones y las terminan,… Estas emociones son, a veces causa, y a veces origen, de momentos de sus vidas, que llegan a ser trascendentales y en ocasiones, resulta que estamos nosotros y nosotras ahí, escuchando y entendiendo, pero con pocas herramientas. No todo lo que tiene que ver con sexualidad en exclusión tiene que ser problemático. Sucede que nos encontramos con casos de personas que no han tenido una evolución adecuada de su sexualidad y necesitan conocer, vivir,… y resulta que estamos nosotros y nosotras ahí…
Creo que desde las facultades es necesaria una formación en Sexualidad y todo lo que implica.
Somos los expertos y expertas as en intervención social los que tenemos que apoyar y acompañar a las personas con las que trabajamos a que vivan y expresen su sexualidad como decidan y con ello creo que contribuiremos también a que nuestros barrios y ciudades sigan caminando hacia una perspectiva cada vez más natural y abierta de la sexualidad de las personas.