Ante esta situación de pandemia, desde la sociedad civil, distintos profesionales de los servicios sanitarios y sociales interesados en la ética, hemos estado trabajando para hacer visible el sufrimiento de los más vulnerables. Hablamos, entre otros, de personas mayores que viven en residencias, de los que no tienen techo donde aislarse, de los que no comen sin la beca del comedor escolar, de las personas con discapacidad grave, de los que viven en una planta baja hacinados y sin ventanas, de las personas que padecen una enfermedad mental, de los que mueren solos, de las personas que malviven con su adicción, de las personas que viven de la economía sumergida, etc. Diego Gracia decía en relación a las crisis, y esta pandemia lo es, que son tiempo para escuchar, dialogar y deliberar, para encontrar respuestas y soluciones prudentes; tiempo para acordar como sociedad, qué valores y virtudes debemos cuidar, proteger, desarrollar y crear. Señalaba que es el tiempo de proponer lo que nos parece que es bueno. Y este ha sido nuestro objetivo: intentar articular respuestas ante esta crisis que contemplen la diversidad, que dibujen nítidamente el rostro de las personas invisibles, que den voz a los que no pueden gritar.
La armonía no ha presidido la relación entre “ética y salud”, y como se está demostrando en estas últimas semanas, las desavenencias parecen regir las relaciones entre “epidemiologia” y “humanidad”. Asumiendo que la vida es el mayor bien, la supervivencia no es excusa para no mirar las consecuencias que las medidas excepcionales (como las que vivimos) tienen en los colectivos más vulnerables: soledad, abandono, miedo, desamparo, falta de cariño, angustia,…
Lo urgente no es excusa para abandonar lo importante. ¿Se podían haber hecho diferencias?, ¿se podía tener en cuenta la diversidad sin cuestionar la imprescindible necesidad de controlar la epidemia?. Creemos que si. Se podía haber asumido, por poner un ejemplo, que no es lo mismo ser un hombre de mediana de edad que vive en una vivienda confortable en la que tele-trabaja, con apoyo social y patrimonio suficiente para que el confinamiento sea una “incomodidad”; que ser la cuidadora de un marido con demencia que no sale de su piso a pesar de la agitación, la tristeza, la apatía, los episodios de agresividad y los trastornos del sueño que le llevan a cuidar treinta y seis horas al día desde hace muchos meses, y en las últimas semanas, sin ni si quiera poder dar ese paseo que tanta paz le daba.
Como lo esencial era frenar los contagios, una respuesta uniforme ha sido admitida, aunque para ello y por el camino debiéramos olvidar a los “olvidables”, es decir, a los más vulnerables. Protocolizar para todos igual es discriminatorio e injusto porque olvida la equidad, y con ella, los apoyos necesarios para que personas en diversas situaciones y con déficits distintos puedan acceder al bien común de la asistencia sanitaria: sea para curar, aliviar u obtener los cuidados necesarios para un buen morir.
El aislamiento se debía de haber establecido con más cautela y prudencia en centros residenciales para personas con demencia, enfermedad mental, limitaciones psíquicas o adicciones, entre otros. Cuanto menores son los recursos(personales, cognitivos, emocionales, relacionales,…), mayor es la necesidad de acompañamiento y apoyo para la vida. Un modelo de confinamiento estricto en habitaciones aisladas para todas las personas, afectadas o no por el virus, sin contacto entre ellas, seguro en términos epidémicos, puede ser maleficente; mientras que un modelo algo más laxo, que permita la convivencia entre residentes y personal, desarrollado con cautela, aunque estricto con los casos positivos, puede aportar bienestar y seguridad emocional a las personas a las que la incertidumbre y la fragilidad todavía les aísla más, dentro del aislamiento. ¿Podíamos, respetando la seguridad, haber sido más flexibles o dedicado tiempo a pensar maneras y protocolos para hacernos cargo de los otros y de su sufrimiento?.
A 27 de abril, 1.269 personas han fallecido con enfermedad confirmada en Euskadi, 23.822 en España. Los dolorosos procesos de final de vida han carecido de criterios claros a la hora de determinar quién se encuentra en el momento final de su vida, identificándose la situación terminal con la agonía. Esto ha dificultado las despedidas, la expresión de los afectos, la resolución de asuntos pendientes, todas ellas, acciones imprescindibles para un buen morir. Las restricciones por riesgo de contagio han entorpecido, y en algunos casos impedido, poder ver y reconocer a la persona fallecida, despedirse de ella. La dificultad continúa con la organización de los ritos funerarios y la despedida social de la persona que ha muerto. Para que haya un buen proceso de duelo, sin sentimientos de culpa y experiencia de abandono familiar, es esencial hacer bien tanto el acompañamiento como la despedida. Se comprenden las limitaciones en esta situación por el riesgo para la salud pública, pero no debemos olvidar los derechos de las personas al final de la vida, recogidos en nuestro marco legislativo, que deben de garantizarse en la medida de lo posible.
La manera de analizar, ver y funcionar de la mirada “epidemiológica” que focaliza la atención en acabar con la epidemia (en la que todos coincidimos) a través de medidas extremas, ignora también otras necesidades de las personas, con las que podía haberse vinculado, obteniendo los mismos resultados de manera más compasiva. Decía Emmanuel Lévinas que la condición humana se produce al asumir la responsabilidad por el otro ser humano. Esta aseveración vale también para los tiempos del coronavirus.
Una última cuestión. Este artículo y el trabajo realizado está dedicado a las personas voluntarias y los profesionales “esenciales” invisibles que se han hecho cargo, sencilla y responsablemente, de todas nosotras y nosotros, que nos ayudan a comprender la importancia del cuidado en lo próximo, desde el supermercado a la escalera de vecinos.
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Ver trabajo:
¿LA SALUD DE QUIEN ESTAMOS DEFENDIENDO? DESIGUALDADES SOCIALES Y SANITARIAS EN TIEMPO DE PANDEMIA
Desigualdades sociales y sanitarias en tiempo de pandemia_Versión abreviada
Desigualdades sociales y sanitarias en tiempo de pandemia_Versión completa
Elaborado por Profesionales de los servicios sanitarios y sociales interesados en la ética.
Autoría:
Marije Goikoetxea, Javier Yanguas, Juana Aza, Lourdes Zurbanobeaskoetxea, Concha Castells, Coro Rubio, Angel Bao, Porfirio Hernández, Celia Ramos, Txema Duque, Boni Cantero, Pablo Ruiz, Rafael Armesto, Brígida Argote, Ángela Fernández, Mirian Del Campo, Maria Angeles Larrinaga, Zorione Benedicto, Carlos Romera, Yolanda Pérez, Marian García y Álvaro Mosquera.