Una de las cosas que más me impactó en mi época de estudiante de psicología fue un estudio de René Spitz. Este psicoanalista observó que bebés de menos de 1 año dejaban de comer, y llegaban incluso a morir de inanición.
Y esto sucedía a pesar de que las personas que los atendían se esmeraban en tenerlos alimentados y mantener su higiene; entendiendo que estos eran los cuidados básicos que necesitaban para estar sanos y desarrollarse.
Finalmente descubrió que eran la falta de afecto y de contacto físico las que llevaba a estos niños a la conducta de no alimentarse.
Últimamente, en Bizitegi, estamos reflexionando sobre el concepto de baja exigencia. Buscamos la manera de ayudar lo mejor posible a personas con graves dificultades para avanzar en su inclusión social. Personas que, en muchos casos, no son capaces de desarrollar estrategias que garanticen el mantenimiento de unas mínimas condiciones vitales.
Por ello uno de los principales objetivos de las personas que les atendemos es garantizar la satisfacción de sus necesidades básicas; de modo que podamos asegurar al menos su supervivencia y su seguridad.
En este contexto, la orientación de nuestro trabajo parece sencilla: debemos procurar, en primer lugar: que se alimenten, que tengan un lugar en donde dormir (especialmente en las frías noches de invierno), unas mínimas condiciones de higiene, y la atención a los problemas de salud (empezando por los más graves). ¡Porque están son las necesidades básicas que hemos decidido que tienen!
El problema viene cuando, al igual que los bebés que observó Spitz, ellas no están de acuerdo con la jerarquía de necesidades que hemos establecido. Cuando prefieren afecto antes que un plato de alubias, aunque lleven tiempo sin comer… Cuando priorizan sentir el reconocimiento de otros, antes que curar una pierna que corre el riesgo de engangrenarse… Cuando su sentido de la dignidad les impide dormir bajo techo y caliente, a pesar de que el frío de fuera pueda acabar con ellos…
Es importante que, como Spitz, seamos capaces de ver más allá, de mirar dentro de cada persona. Y ofrecerle lo que de verdad necesita. Superando una frustración doble. Por un lado, la de pensar que no lo estamos haciendo bien (porque sus prioridades no son las nuestras). Y por otro asumir el riesgo que esto puede tener para su supervivencia a corto plazo.