Una de las consecuencias más relevantes de los cambios sociales que ha ido introduciendo la era postindustrial ha sido la exclusión social. Euskadi padece, tras el fin de la dictadura franquista y el inicio de la andadura de las nuevas instituciones de la Comunidad Autónoma, una feroz crisis que se concreta en un desempleo que afecta a un cuarto de su población activa y a la virulenta aparición del fenómeno de las drogodependencias entre otros.
Tanto las instituciones como la iniciativa social reaccionan con rapidez y en la década de los años 80 se da un importante desarrollo de los servicios sociales. Las primeras, aún incipientes, muestran todavía una gran debilidad y ceden el protagonismo a la iniciativa social (personas afectadas, familiares, voluntarias, etc.) que se organiza y crea una serie de dispositivos de proximidad para afrontar las problemáticas emergentes. Estos recursos han sido bien acogidos por la comunidad y en un principio se han integrado perfectamente en la misma.
Una de las características más comunes de la población excluida, y posiblemente la más visible, era que la sociedad les había apartado del circuito del empleo remunerado y, en este contexto, parecía lógico que todos los esfuerzos se centraran en dotar a la sociedad de recursos dirigidos a la inserción (o reinserción) laboral convirtiéndose de este modo en el eje central y el objetivo de toda la intervención social. Con el paso del tiempo hemos comprobado que gran parte de esta población tiene pocas o ninguna posibilidad de incorporarse al mercado laboral y, para afrontar esta nueva circunstancia, la sociedad se ha dotado de otros sistemas de protección como el de la Renta de Garantía de Ingresos.
Con todo, vemos que estas estrategias no son suficientes para garantizar la inclusión social. Por ello, realizamos una reflexión sobre la evolución del concepto de activación, desde el enfoque de la inclusión activa hasta el de activación comunitaria y, en la línea de la preocupación de diferentes autores, proponemos un cambio de paradigma conceptual que permita una correcta evolución de los servicios sociales.
Planteamos, como indica Fantova, que los servicios sociales se centren en abordar la mayor manifestación de la exclusión que es la ausencia de relaciones sociales y que no es abordado por ningún otro sistema de protección (sanidad, educación, etc.) Esto adquiere aún mayor relevancia en un momento social que se caracteriza por un proceso de individuación y debilitamiento de los referentes religiosos e ideológicos (Aierdi) compartidos, junto con un desarrollo de la globalización que conlleva la pérdida de importancia de los sistemas intermedios. Resultado de todo ello ha sido la creación de un sistema de intervención individualizada que, si bien ha obtenido resultados, ha dejado al margen las relaciones de cohesión y que, entendemos, han de estar en la centralidad de la intervención social.
Debemos pasar de la intervención individual a la intervención comunitaria, de las prestaciones al fortalecimiento de las relaciones de cohesión como proponen Marchioni, de Torres y Morata.